lunes, 29 de septiembre de 2008

Esperar.

Ésa fue la primera lección que aprendí sobre el amor. El día se arrastra, haces miles de planes, imaginas todas las conversaciones posibles, prometes cambiar tu comportamiento… y te vas poniendo ansiosa y ansiosa, hasta que llega tu amado.
Entonces ya no sabes qué decir. Esas horas de espera se han transformado en tensión, la tensión en miedo, y el miedo hace que nos dé vergüenza mostrar nuestro afecto.


Siempre imagino todas las conversaciones posibles...

F.

«Por lo menos he dejado claro lo que pienso», me dije. No podía existir semejante amor; eso sólo ocurría en los cuentos de hadas.
Porque, en la vida real, el amor necesita ser posible. Incluso aunque no haya una retribución inmediata, el amor sólo consigue sobrevivir cuando existe la esperanza —por lejana que sea— de que conquistaremos a la persona amada.
El resto es fantasía.
Como si hubiese adivinado mi pensamiento, levantó el vaso para brindar conmigo desde el otro lado de la mesa.
— ¡Por el amor! —dijo.
También estaba un poco embriagado. Decidí aprovechar la oportunidad.
— Por los sabios, capaces de entender que ciertos amores son locuras de la infancia —dije.
— El que es sabio, sólo es sabio porque ama. El que es loco, sólo es loco porque piensa que puede entender el amor —respondió él.
Las demás personas de la mesa oyeron el comentario, y en seguida comenzó una animada conversación sobre el amor. Todos tenían una opinión formada, defendían sus puntos de vista con uñas y dientes, y fueron necesarias varias botellas de vino para calmarlos.